Tuesday, September 28, 2010

Los trozos de las tres novelas

Trozo de Nada por Carmen Laforet
(Barcelona, Destino, 2009; págs. 166-67)

   -Sé que te molesta que yo sea amiga de Román.
Ya te había pedido que me lo presentaras hace tiem-
po... Compredí que si quería ser tu amiga no había ni
que pensar en tal cosa...  Y el día en que fui a buscarte
a tu casa, cuando nos encontraste juntos no podías di-
simular tu irritación y tu disgusto. Al día siguiente vi
que venías dispuesta a hablar de aquello... A pedirme
cuentas, quizá. No se... No me apetecía verte. Tienes
que comprender que yo puedo escoger mis propios
amigos, y Román (yo no lo niego) me interesa muchí-
simo, por razones particulares y por su genialidad y...
   -Es una persona mezquina y mala.
   -Yo no busco en las personas ni la bondad ni la
buena educación si quiera... aunque creo que esto úl-
timo es imprescindible para vivir con ellas. Me gustan
las gentes que ven la vida con ojos distintos que los
demás, que consideran las cosas de otro modo que la
mayoría... Quizá me ocurra esto porque he vivido
siempre con seres demasiados normales y satisfechos
de ellos mismos... Estoy segura de que mi madre y
mis hermanos tienen la certeza de su utilidad indiscu-
tible en este mundo, que saben en todo momento lo
que quieren, lo que les parece mal y lo que les parece
bien... Y que han sufrido muy poca angustia ante nin-
gún hecho.
   -¿Tú no quieres a tu padre?
   -Claro que sí. Esto es aparte... Y estoy agradecida
a la Providencia de que sea tan guapo, ya que me pa-
rezco a él... Pero nunca he acabado de comprender
por qué se ha casado con él mi madre. Mi madre ha
sido la pasion de toda mi infancia. He notado desde
muy pequeña que ella era distinta de todos los de-
más... Yo la acechaba. Me parecía que tenía que ser
desgraciada. Cuando me fui dando cuenta de que
quería a mi padre y de que era feliz me entró una es-
pecie de decepción...


Trozo de Entre Visillos por Carmen Martín Gaite
(Barcelona, Destino, 2007; págs. 105-06)

   Muchas veces me limitaba a saludarla desde la
balaustrada de arriba, y luego me iba a dar un paseo
o a sentarme en un café; y otras, que la hablaba, a lo
mejor me decía que aquel día le había salido un plan
bueno y que no se lo fuera ya a espantar; pero siem-
pre recibía su saludo efusivo desde el micrófono y se
le dulcificaba, al verme entrar, la mueca rígida que
tenía recitando sus lánguidas canciones. Estaba or-
gullosa de mi amistad, a pesar de lo sosa que era y de
lo poco que hablábamos, y yo también agradecía su
compañía silenciosa. Los días que la acompañaba
a la pensión, siempre me pedía que la cogiera del bra-
zo para que lo vieran los que salían detrás de no-
sotros. Decía medio en broma que era mi novia,
que qué iba a ser de su vida cuando nos tuviéra-
mos que separar. Lo que más le gustaba era darme
consejos tiernos y maternales, sobre todo me pre-
guntaba que si necesitaba dinero, y yo siempre le
contestaba que no.
   -Pues, hijo, yo a ti nunca te veo comer. A mí me
parece que te alimentas del aire.
   Me preguntó por mis planes, y yo le dije que no
tenía ninguno, pero que no se quería convencer. Que eso
no podía ser, que si era posible que me pensara pasar
la vida siempre así, de un lado para otro, sin tener
cosa fija.
   -¿Pues no vives tú también de esa manera?
   -Ay, pero no te creas que es por gusto, a la fuer-
za ahorcan. Si tú ganaras cuatro mil pesetas y te ca-
saras conmigo, verías cómo echaba raíces para toda
la vida, y de cantar mambos, ni esto.


Trozo de Los hijos muertos por Ana María Matute
(Barcelona, Destino, 2004; págs. 164-65)

   Daniel sintió un malestar súbito. Se notaba, por momentos,
como atraído hacia Herrera. Y, sin embargo, prefería no volver
a hablarle. Entonces dijo, como si pensase en voz alta:
   -¡Usted sabrá lo que quiere, ya es bastante bueno saberlo!
Yo, en cambio, me despierto a veces sin motivo, de un modo
brusco, por la noche; casi siempre al borde del amanacer. Como
si alguien tirase de mí y quisiera arrancarme de la cama. Pero lo
más triste es que no va a llevarme a ninguna parte. Sí, amigo -y se
sorprendió, de pronto, de aquella palabra-. Sí -repitió-, todo
está vacío. Veo, recuerdo lo que fui, como veo en este momento
a esa mosca que está paseándose por el borde de la mesa. Y no
es por culpa de la enfermedad, de eso puede estar seguro.
   Diego Herrera le observaba de un modo húmedo, manso,
que le irritó. Le miró a los ojos.
   -Bueno. ¿Y por qué he de estar aquí contándoselo? -dijo-.
No sé por qué me tira de la lengua. ¿Para qué? ¡Si por lo menos
hubiera muerto, sería interesante oírme! Pero los muertos no
hablan, señor Herrera: un montón de tierra encima y se acabó.
¿Ah, eso es lo malo! Has de seguir viviendo, tratando hombres.
Ver sus cara hipócritas, oír sus palabras sucias. Eso es: ir
viviendo. Le juro que mi plazo me parece demasiado largo, aun
en lo más escondido del bosque. ¡Siempre hay alguien que viene
a buscarte, a hablarte de sus razones! Todas las razones se
pudren, huelen a carroña con el tiempo. ¡Ir viviendo! ¡No sé qué
clase de fe da usted a beber!
   A Diego Herrera le temblaron los labios. Pareció que iba
a incorporarse, pero únicamente dijo:
   -Tengo absoluta necesidad de creer, amigo, porque mi hijo
no puede morir.

5 comments:

  1. Hola Fabiano,
    me gustan sus trozos; será interesante averiguar por qué los escogió... dos de ellos venían en mi lista de "posibles trozos" para el comentario.
    Saludos de su profesora ;-)

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  2. Fabiano, yo también, querría saber por qué los escogió. Estoy de acuerdo...Los hijos muertos es muy interesante y el vocabulario, o sea la selección de las palabras evocan tanta emoción en el lector. ¡Ojalá que tuviera más tiempo para pillarlo mejor!

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  3. Estoy de acuerdo...me gustan los trozos, Fabiano. :)

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  4. Me gusta cómo estos trozos apoyan los temas de las novelas en sus descripciones de unos personajes secundarios (Ena, Rosa, Diego).

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