Friday, September 10, 2010

La esfinge maragata: el resumen


Fabiano Spadaro
La esfinge maragata. Novela escrita por Concha Espina y premiada por la Real Academia Española.
Esta novela se imprimió en Madrid en el año 1920.
La copia que leí es de la tercera edición, Madrid. Imprenta de Miguel Alberto, Santa Engracia. Esta copia no tiene un año de edición específica.

Los personajes

Rogelio Terán: era un joven ágil y buen mozo, poeta, y novelista. Un artista.
La relación con Marisol es seductora y apasionada. Más por parte de él que por parte de ella. Un enamoramiento a primera vista. Juegan con las palabras y las actitudes como si fueran viejos amigos, como si se hubieran conocido hacía años. Desde que subió a ese tren, vivió una locura amorosa con Marisol en la que se obstinó a ganar. También fue un querido amigo de Miguel Fidalgo a quien conoció en el seminario de Villanoble y le confesaba sus sentimientos y su vida.
Florinda Salvadores (Mariflor): conservaba una relación con Rogelio Terán que era crédula y asombrosa donde ella se maravillaba por la dulzura de sus palabras y la atracción de su galantería. También sedujo al poeta de una forma ingenua y a veces caprichosa. Se sentía admirada y poseída por las palabras del novelista; un “amor platónico” que debería dejar a la llegada a Astorga con la ilusionada promesa de una visita. Rogelio sería el amor de su vida a quien debería renunciar para salvar la familia Salvadores y la prosperidad de su padre.
Tía Dolores Salvadores (la abuela): la abuela de Florinda. Al comienzo de la novela, la relación que se creó con Rogelio Terán era una relación amigable y servidora. También ella quedó asombrada por las cualidades y habilidades del poeta, que en más de una ocasión, trajeron a su memoria sentimientos felices de su vida tan esclava. Cuidaba de Florinda mientras su padre estaba de negocios en Argentina. También le enseñó a Florinda, en parte, la vida de las maragatas. Madre de Martín e Isidoro. Más por la angustia de sus pesares se volvió débil y abatida por la humillación y la usura del tío Cristóbal.
Antonio: primo y prometido de Florinda quien vivía en Valladolid. Sobrino de Martín. Hijo de una viuda rica que no confiaba mucho en la familia de Mariflor. Antonio era quien, mediante el casamiento con Florinda, salvaría a la familia y a la hacienda de las deudas que los Salvadores deben al tío Cristóbal. La relación que sostiene con Florinda es puramente interesada y casi inexistente.
La Chosca: una vieja sirviente que vivía en la casa e hija del tío Chosco quien quedó viudo al nacer la desventurada.
Ramona: nuera y sobrina de la tía Dolores. Mujer de cuarenta años, áspera, fuerte y triste. Gastada por el tiempo sin belleza alguna, a quien todos reniega sin piedad alguna. Consumida por la infelicidad y la tristeza de su vida miserable y sufrida. Esclava del trabajo y dedicada a labrar la tierra junto a su hija Olalla.
Olalla: hija de Ramona y hermana de Marinela, Pedro, Carmen y Tomás. Mariflor y Olalla son primas y se hacen muy amigas. Ella trabajaba principalmente en la cocina de la hacienda y cuidaba de sus hermanos menores. También, en épocas de cosecha, trabajaba como burra junto con su madre en la era. Fue dama de la novia en la boda de Ascensión.
Marinela: hermana de Olaya, Pedro, Carmen y Tomás. Ella estaba muy enferma y fatigada. La palidez de sus mejillas y el cansancio físico daban la impresión de que la muchacha iba a deshojarse. Una niña que amaba la escuela y le encantaba hacer ramos de flores y puntillas. No quería esta niña nada más que ser monja y servir a la virgen en el convento.
Pedro: hermano de Olaya, Marinela, Carmen y Tomás. Tiene trece años y es de facciones vulgares a quien se lo llevaría en el invierno para Santa Coloma.
Tomás: hermano de Olaya, Marinela, Pedro y Carmen. Tiene cinco años.
Don Miguel Fidalgo: sacerdote de Valdecruces. Encargado de la tutela de Florinda y responsable de su casamiento con Antonio mientras su padre permanecía ausente de Valdecruces. Confidente de Mariflor por todos los infortunios financieros que el tío Cristóbal los había sometido. Martín le pidió que fuera el consejero de la familia Salvadores and quien ésta le debía mucho respeto y admiraba.
Martín: padre de Florinda que estaba en América por negocios e hijo de la tía Dolores. Tío de Antonio. Tenía él un gran amor por su hija y respetaba sus sentimientos y decisiones. La relación que conservaba con Marisol era por carta.
Tía Gertrudis: vieja con fama de bruja. La primera persona que Florinda conoció fuera de la familia en Valdecruces. Nadie la quería a ella pese a que no le había hecho mal a nadie. Todos la tomaban por hechicera y preferían no relacionarse con ella.
Tío Cristóbal Paz: un viejo de noventa y seis años. Avaro, codicioso, insensible y con una actitud repugnante. A este maragato se le respetaba por su dinero y autoridad. Pero la avaricia era lo que lo hacía más odioso. Era el primo de la tía Dolores.
Rosicler: maragato, pastorcillo de diecisiete años, de humor alegre y de buen corazón que cuidaba rebaños en Maragatería. Su nombre venía de la combinación de risueño y galán. El era primo segundo de Florinda ya que su abuelo y el abuelo de ella eran hermanos.
Isidoro: uno de los únicos dos hijos que le quedaban a la tía Dolores y único hermano de Martín que no vivía en Maragatería, quien estaba muriendo por su avanzada enfermedad. También era el tío de Florinda.
Felipa Alonso: una obrera del arado y trabajadora de las yuntas de vacas de aproximadamente veintitrés años, hija de Rosendín, el viejo sacristán, y nieta del tío Fabián. Cazada estaba la moza y con dos críos.
Fabián Alonso: el viejo cartero que tenía dos hijas Felipa y Rosenda nieta del tío Fabián.
Ascensión Crespo y Fidalgo: sobrina del sacerdote Miguel. Maestra elemental que trabajaba en el despacho del párroco y la confidente de Marinela. Admirada amiga de Florinda que aprendió a querer porque la forastera sabía cómo mirar a los ojos de la gente. Aunque más tarde la relación se enturbiaría un poco al hacer “negocios” con Mariflor poco antes de su boda con Máximo, quien venía de Gijón.
Facunda Paz: nieta del tío Cristóbal quien su hijo tomó como criada pero luego el tío Cristóbal la recogió. Dama de la novia en la boda de Ascensión.
Tirso Paz: hijo y heredero del tío Cristóbal. Tan avaro como su padre, no tenía ni pena ni lástima por las maragatas ni por los Salvadores.
Madre Rosario: Abadesa del convento de Astorga.
Doña Serafina: Una Astorgana esposa del dueño de un castillo en Astorga a quien Miguel le debía grandes favores. Ofrece a Mariflor una limosna de cincuenta pesetas sin tomar el reloj de su madre a concesión. Ellos fueron los que ayudaron económicamente a don Miguel para sacarlo de las deudas que él tenía con Antonio y el tío Cristóbal.
Maricruz Alonso: una moza que Mariflor conoció en el molino un día frío de noviembre, llena de dulzura y felicidad. Ajena, aún, a la esclavitud destinada a las mujeres maragatas. Estaba su boda apalabrada con un hijo de Tirso Paz con quien se casaría en el invierno.


El resumen

Capítulos i, ii y iii
Al comienzo de la novela la autora describe a Rogelio Terán como un novelista, un artista que viajaba en tren desde la Coruña hacia León.
En el tren, cuando entraba al departamento, Rogelio percibió dos señoras que permanecían indiferentes al arribo del caballero. Mientras el tren iba camino a su destino, el artista descubrió la belleza de la más joven de ellas. Una belleza que no tenía igual – “Puras las facciones y graciosas; párpados grandes y tersos; orla riza y doble de pestañas que acentúan con apacible sombra el romántico livor de las ojeras; mejillas carnosas y rosadas, correcta la nariz y encendida la boca…” (6) Mientras la miraba reposar en el sofá de enfrente, cercado por la belleza y las facciones de la dama el viajero corroboraba: “¡El sueño de la hermosura!” (9)
Más después de un buen rato de viaje Rogelio comenzó a preguntarse ¿cómo era que estas dos mujeres estaban tan cansadas? Calculando aproximadamente una hora y media de viaje las viajeras parecían rendidas y agotadas, “acosadas por la fatiga de muchas horas de insomnio.” (7)
Luego cuando el revisor ingresaba al compartimento para pedir los billetes, Rogelio escuchó las palabras de la joven describiéndolas como blandas, ingenuas e inexpertas. Así mismo, descubrió la apariencia de la abuela. Una mujer gastada por el tiempo, con ademanes toscos y actitud sumisa; la piel de la cara quebrada por la prolongada exposición al sol, al trabajo duro de la tierra; “una esclava del terruño.” (10)
A las tres de la mañana, cuando el tren arrancaba “jadeante y sonoro” (14) después de haberse detenido en la estación San Clodio, Terán, vencido por el sueño, intentó olvidar a la vecina para finalmente dormirse.

Al despertar Rogelio con el amanecer, reanudó su realidad por la fuerte atracción que sentía hacia la joven, e incorporándose en el sofá entabló diálogo con su vecina.
Durante este diálogo Rogelio se enteró de que la hermosa joven por la que él se sentía tan  atraído se llamaba Mariflor. Aunque el nombre que le habían puesto al nacer era en realidad Florinda Salvadores.
Mariflor, nacida en Valdecruces, un “silencioso rincón de Maragatería,” (17) le reveló al poeta algunos detalles de su vida. Rogelio, embriagado por las palabras de la maragata, preguntaba, a veces sin advertir su inocente imprudencia, y escuchaba complacido el relato de Mariflor.
Mariflor y la abuela viajaban a Astorga rumbo a la hacienda de la abuela, para vivir en el campo hasta que regrese su padre de la Argentina, quien no se había casado con una maragata sino que encontró su amor fuera del “país” de Maragatería.

Florinda hablaba de su madre ya difunta, de la hermosa huerta que tenían en Bayona, una playa de Galicia, y también de aquellos hermosos recuerdos que tenía de niña, ahora enterrados en su memoria. Desde que su madre murió, su vida había cambiado desfavorablemente. “Con ella se me fue la alegría, la fortuna y hasta el mar y la tierra que yo quiero.” (17) A su padre, casi no le veía debido al trabajo. También contaba que le tenían preparado un encuentro con su primo, un comerciante de Valladolid, a quien lo había visto sólo por foto, y que bajo las costumbres maragatas, ellos eran novios. Pero que a ella no le interesaban los comerciantes y mucho menos casarse en Maragatería.
Era ahora el turno de Rogelio, y mientras él extasiaba a Mariflor con sus palabras de poeta contándole sus experiencias de novelista, un rayo punzante los quitó del discurso, una fuerte tormenta pasajera en la llanura, que sólo duró un instante y que el viento lo limpió todo dando paso al sol del amanecer.

Atónitos por el espectáculo natural que acababan de presenciar, Terán y Mariflor, volvieron a entrelazar entre sí las miradas. Mariflor, escuchaba el relato de Rogelio con sorpresa y pasión sin poder desprender su mirada de este señor tan galante.
La anciana, ya despierta luego de un largo dormir, permanecía indiferente al joven con el que su nieta hablaba tan amigablemente. Mariflor lo introdujo como un amigo quien había pasado toda la noche con ellas. Pronto a llegar a Astorga, la abuela sugirió desayunar antes de arribar a la estación; una vez en Astorga, el camino a Valdecruces sería largo y no llegarían allí hasta la puesta del sol. Después de ofrecer a la abuela un poco de café que traía en un termo, Terán volvió a Mariflor para continuar disfrutando de su compañía y conversaciones. Los dos hablaban de El señor de Bembibre, “un libro muy hermoso y lastimero” (29) que habían leído.
La abuela, contemplando al compañero de viaje y vislumbrada por la conversación trivial y apresurada de los jóvenes, tomaba, sorbo a sorbo, el café caliente. No quedaba mucho tiempo antes de que se separasen sus destinos. La simpatía que sentía el uno por el otro era evidente. “Tan nueva y tan ansiosa: por eso las palabras no tenían el solo significado de su acepción, y férvidas, vibrantes, teñíanse en matices y fulgores de oculto sentimiento.” (31)
Faltaban tan sólo dos estaciones para llegar a Astorga, cuando finalmente el mozo logró ganar la simpatía de la anciana regalándole como recuerdo un montón de postales de diferentes rincones de España. La maragata, dejándose llevar como una niña por tal elogio, se sumergió por un instante en un sentimiento de lejana felicidad. Así Rogelio revelaba a la anciana que era montañés, de Villanoble. La abuela reconoció ese pueblo que tenía una playa muy grande, casas muy lindas y un seminario muy culto. Y entonces la maragata dijo: “Si va por Valdecruces, ya sabe que allí tiene una servidora…” (34) El poeta ansioso aceptó la caridad de la abuela mientras el tren corría incesantemente y era hora de comenzar los preparativos a la llegada.
El tren había ya parado en la estación de Astorga. Terán pronto se dio cuenta que el departamento del tren estaba desolado, triste, sin carácter ni vida. “Y los ojos azules, que ya no reflejan la figura ideal de la maragata, se tornan añorantes hacia el coche, mudo y vacío como la fábrica de un sueño…” (37).

Capítulos iv, v y vi
Una vez que las mujeres llegaron a Astorga procedieron a montarse a la cabalgadura camino a Valdecruces. Aquí la autora describe Astorga con máximo detalle. Una ciudad desolada pero magnífica. Escenario de una historia romana y “joya del terrible Almanzor” (40), pero nada de nada de todo ese esplendor quedaba. Para Mariflor, la ciudad estaba desolada y rígida. Ya no era el escenario de acontecimientos históricos; ni tampoco conservaba las ruinas de las antiguas construcciones de marqueses y otros nobles. Astorga estaba abandonada. Se aproximaba la media tarde y las mujeres después de haber hecho unas compras en algunos negocios de la ciudad, se encaminaban para su pueblo.
Es su viaje hacia Valdecruces, Florinda descubrió la viejísima Fuente Encalada en dónde se albergaba un manantial de memorias maragatas. “Vive apenas la memoria de los primeros poseídos por “la maldita sed de oro”, que, bárbaros de codicia y furor, vinieron de todos los confines de la tierra a enriquecerse en nuestras minas peninsulares…” (43) Marisol sintió entonces la necesidad de beber de la fuente, y mientras lo hacía, revivió la apasionada historia de “los pueblos olvidados.”
Cuando finalmente llegaron a Valdecruces, Mariflor y la abuela fueron recibidas cordialmente por Olalla, Ramona y la tía Dolores, con agasajos y besos. Después de haber descargado el equipaje, Marisol se acostó en su dormitorio. Le habían dado el mejor de la casa, “el cuarto de respeto.” (46) Al comienzo, Florinda se sintió forastera en tierra foránea. La casa era exactamente lo opuesto al recibimiento que le habían dado a su llegada. Se encontró sola, perdida, acosada por el miedo y perturbada por los extraños ruidos que toda casa vieja ocultaba. Confundida por los eventos, decidió recordar los momentos vividos con Terán, sus ojos, su voz, sus palabras tan bellas, su cabello rubio como el oro… Todo estaba oscuro. Marisol se había dormido.
Florinda despertó después de un largo sueño y fue en busca de la abuela quien estaba fuera de la casa de ajetreo con la tía. Olalla, al escucharla en el pasillo, salió a su encuentro. Juntas charlotearon de asuntos familiares mientras deshacían la maleta de Marisol y acomodaban la ropa sobre la cama.
Cuando terminaron, Florinda le entregó a Olalla  unos regalos para Marinela, Carmen y Tomasín. A Olalla le dio su reloj que por más pequeño que era aún funcionaba. Las dos quedaron mirándose, haciendo una alianza en silencio: “el impulso cordial prevalece por debajo del vuelo de las almas y un pacto de amor se forma con el estallido de un largo beso.” (54)

Confortada por el pacto que las dos primas habían consumado, Mariflor, llena de energía, le pidió a Olalla que le enseñara su nuevo albergue. Quería verlo todo, el palomar, la iglesia y su campanario, el nido de la cigüeña, el huerto y las flores. Quería despertar y descubrir Valdecruces. Olalla la llevó primero al huerto donde Mariflor se sorprendió con los detalles de la solana, donde había golondrinas y espigos y flores y rosales. En la parte cubierta de la casona, se podía ver las paredes hundidas por la antigüedad, los colores pálidos de las habitaciones, los muebles viejos, y numerosas sillas que marcaban un lejano tiempo de prosperidad para la familia Salvadores. Luego pasaron el palomar. Allí Mariflor y Olalla disfrutaron de la palomera que volaban sobre sus cabezas sin huir el refugio. El fuerte sol penetraba el palomar; “un pedazo de cielo que se convierte en un chorro de sol dentro del libre refugio de la palomas…” (62)
Ya eran las diez de la mañana y Mariflor estaba con hambre. Cuando las dos mujeres se dirigieron a la cocina no había mucha variedad de comida y Mariflor prefirió esperar hasta el medio día para comer sopa de patatas.

El cartero, el tío Fabián Alfonso, traía una carta para Mariflor que provenía de León. La carta era precisamente de Rogelio Terán. Mariflor la recibió en frente de Ramona quien preguntó si era de su padre. Pero Mariflor contestó que era de un poeta que había conocido en el tren. Ramona, ceñuda por la noticia, cuestionó a la joven a cerca de este mozo en forma intimidante. Pero Mariflor sin saber qué actitud adoptar, se alejó lentamente hacia su alcoba para poder leerla. La carta llenó a la niña de recuerdos hermosos y también tristes por la desdichada separación que tuvo con el novelista. En la carta, Rogelio le contaba que él creía haberla conocido antes; ella se reproducía en él a través de una imagen: “la de una niña que en la playa de Vigo conocí hace años y a quien por rara sugestión no he podido olvidar.” (73) Florinda cerró los ojos y recordó la figura de un niño rubio parecido a Cupido. “¿Era Rogelio Terán? ¿Era una cándida imagen de la fantasía, un recuerdo traído a la tierra misteriosamente desde otro mundo, desde otra existencia olvidada y oscura?” (74) Imágenes de unos ojos azules, pensativos, serenos la envolvían en su mente. Tenía la certeza de haber contemplado estas imágenes muchas veces a lo largo de su vida.
Más tarde, cerca de la hora de la cena, Don Miguel Fidalgo, sacerdote de Valdecruces y seminarista en Villanoble, pasó por la hacienda para conocer a la nueva ciudadana, Florinda. El párroco le hizo unas preguntas afectuosas sobre su padre y también sobre la impresión que ella tenía de Valdecruces. Antes de dar la buenas noches, Pedro, Carmen y Tomás, forzados por Olalla, cantaron una canción alabando al divino Corazón de Jesús delante del cura. Luego los tres se dirigieron a las alcobas escoltados por Olalla. Antes de salir, el sacerdote le pidió a Mariflor que mañana domingo después de la misa mayor necesitaba hablar mucho con Marinela y también con ella.
Al otro día, tan pronto la aurora se asomaba a la ventana, Florinda se levantó y se dirigió a la cocina donde Olalla se hallaba ya cocinado. Necesitaba saber si era cierto que si ellos eran tan pobres como Ramona decía y que si ellas tendrían que trabajar y labrar la tierra como desgraciadas. Para su angustia, todas sus sospechas se hicieron realidad. Que el padre de Olalla ya no mandaba dinero y que el tío Cristóbal se estaba quedando con las hipotecas. El dinero que su padre le dio a la abuela no cubría ni siquiera los réditos. Que la única esperanza para salvar a la familia y la hacienda era la boda entre Florinda y su primo Antonio. Que la madre tenía mucho dinero y que ella debía casarse con él antes de que el tío Cristóbal le sacara lo poco que les quedaba. Florinda no podía concebir la idea de abandonar su nueva amistad con Terán. Ella quería que él viniera a visitarla para poder sacarla de esta realidad y sumergirla en la fantasía que los dos habían creado hacía una semana atrás. Al escapar hacia la soledad que restaba en el palomar y aturdida por la conversación que había tenido con Olalla, escuchó pasar a la tía Gertrudis. Una vieja que conoció unos días atrás en la hacienda. “Rechazada Florinda por la esquivez de aquel semblante, vuélvese a buscar el apetecido resplandor alegre dentro de su propia alma…” (90) Pronto Florinda comenzó a balbucear lo que sería el escrito que le mandaría a Rogelio indicando que sí ella había visto a un niño bello con ojos azules y pelo rubio y que se habían dado un beso… Al final de la carta le hacía saber que conoció a un cura que estudió en Villanoble y que él seguramente debía conocerlo.

Capítulos vii y viii
Tempranito en la mañana de un día del mes de abril, la tía Dolores y Florinda se dirigían a las aradas cuando en el cruce de cuatro calles se cruzaron con Rosicler, un pastorcillo que cuidaba rebaños en Maragatería. Rosicler, que iba camino a ver al tío Cristóbal, prometió alcanzarlas en seguida después de su visita. El mocoso, perdido en los ojos tranquilos de Florinda, echó a correr con tal delicia que no pudo escuchar la sonrisa plácida de la moza. “¡Niña no te rías así!... Aquí no parece bien que las mujeres hagan ruido.” (94) Mientras caminaban, pasaron por algunas tierras secas y oscuras donde el horizonte se abría en su inmensidad. Caminaron un buen trecho hasta que Rosicler las alcanzó. Finalmente llegaron los tres caminantes a la orilla donde Felipa, una joven labradora del arado, avivaba, animosamente, la yunta. Eran éstas las vacas de la tía Dolores.
Rosicler, quien pensaba embarcarse ni bien su hermano se lo autorizara, le mostró a Florinda su rebaño; fervoroso y con orgullo. “Vélo… vélo ende-- insistía Rosicler, lanzado a su dialecto por la propia fuerza y concisión de la palabras regionales-“(97)
Mientras la tía Dolores trabajaba con la yunta enseñaba a Florinda, con firmeza y entonación grata,  las palabras claves que los maragatos usaban en el arado. “No parecía aquella misma anciana que en el tren conocimos, vacilante y mustia, silenciosa y torpe, asomada a la vida como un espectro de otros siglos.” (98)
Al volver Felipa del arado, Florinda notó que esta maragata, con la cara curtida por el sol, avejentada por el trabajo pero con una sonrisa de dientes tan blancos y hermosos no podría tener más de veintiocho años. Más tarde, la abuela confirmaba que Felipa sólo tenía veintitrés y que carreaba dos críos. A la despedida de Felipa, ya el sol punzaba sus fuertes rayos en la piel y la tía Dolores decidió que era hora de ir para los arados de Ñanazales.
Florinda descubre que en este mundo las mujeres nacían infelices, que estaban destinadas a casarse, tener hijos y trabajar como máquinas, “envejecidas por un trabajo embrutecedor.” (102) La moza sabía que al otro lado de la llanura había otro mundo. Un mundo de artistas y de amores, donde la esclavitud no era necesaria para ennoblecer el trabajo.
Llegaban ya las dos mujeres a Ñanazales y Florinda se encontró con un vasto campo de tierra fértil. Estas tierras fecundas estaban llenas de yuntas, ganados y de mujeres trabajando, en grupos y solitarias. El centeno era el cereal que cultivaban. Nunca el trigo blanco porque en Maragatería les gustaba lo moreno. Los hombres no trabajaban la tierra; ellos no servían más que para labores animales. “Los maragatos son muy listos y se ocupan en otras cosas de más provecho.” (104) Una vez llagada a Ñanazales, Florinda vio como una joven maragata, lista a parir, trabajaba duro la tierra. Llena de frustración y amargura, la niña corrió hacia una gran piedra y rompió en llantos mientras añoraba a sus padres, sitiada por imágenes de una vida más feliz que no era más que un recuerdo. Todo lo preguntaba la muchacha mientras juntas con la tía retornaban a la aldea por miedo de coger un acaloro.

Una tarde de mayo el sacerdote Miguel Fidalgo, sentado en su banquillo, meditaba acerca de tres cartas que había recibido de Martín, Antonio y Rogelio. Él, quien se había convertido en el consejero y tutor de la familia Salvadores, se encontraba con un gran dilema que no podía discernir y no podía prevenir su adversidad.
Martín le contaba que los negocios en América habían fracasado y que su hermano Isidoro estaba muy enfermo y que por ello lo estaba perdiendo todo. Contaba al cura de su infelicidad por la muerte de su esposa y la angustia que sentía por haber dejado a su hija en Valdecruces. Hablaba también de la impaciencia que lo acosaba por las negociaciones matrimoniales entre Florinda y su primo Antonio. Más aún, que con el casamiento él quería salvar la hacienda de las Salvadores pero que le preocupaba la felicidad de su hija y prefería que ella decidiera su destino. Sabía también que Antonio estaba encaprichado con la moza y quería consolidar la boda para la fiesta Sacramental.
Antonio, por su parte, le escribía de Valladolid reconociendo la tutela del cura sobre la joven maragata y que tenía el gusto de comunicarle la consumación de la boda; que debía efectuarse para “las fiestas”  ya que sus ocupaciones no le permitirían volver a Valdecruces.
La tercera carta estaba escrita por Rogelio. Comenzaba ésta con la narración de una amistad de recuerdos inborrables. Una carta que revelaba sentimientos que habían sido celados y ocultados en secreto por nueve largos años. Le relataba Rogelio que después de dos años que había regresado de Cuba, trató de comunicarse con él mandándole cartas y su último libro, pero que todos sus intentos fueron en vano. Ahora enamorado de una maragata llamada Mariflor, quien fue la que le dio a conocer su paradero, necesitaba de su fraternidad para consolidar este amor tan verdadero, tan definitivo.
Acosado por sus propias dudas e inseguridades el cura recordó aquella conversación que tuvo con Florinda: “¿Quería a su primo por esposo? – No, señor – dijo rotundamente la moza sin asomo de vacilaciones. – ¿Y a Rogelio Terán?... ¿Cómo sabe usted?...” (114)
Florinda desesperada quería hacer un pacto con Antonio; uno que le asegurara la liberación de la hacienda de la abuelita a través de un préstamo sin usura sin tener que casarse ella con él.
Necesitaba el sacerdote un descanso de estos asuntos y llamó desde su despacho a su sobrina Ascensión. Miguel quería saber lo que Marinela le había confiado acerca de su enfermedad y tristeza. “Tiene vocación de monja” (117) Precisamente, Marinela quería entrar en Santa Clara para ser monja. Nada más quería esta niña en su vida que pertenecer a un claustro, cortando flores, cuidando el jardín y rezar oraciones y cantos a la virgen. “… Es mucha mejor suerte que trabajar la mies como una mula para comer el pan negro y escaso, y envejecer en la flor de la mocedad…” (118). Ya la luz de la luna penetraba por la ventana del despacho de Miguel y decidió contemplarla en soledad.

Capítulos ix y x
 Se describe la llegada de Rogelio Terán a las tierras Maragatas a semejanza de Don Quijote. A medida que iba cruzando las tierras áridas de esta esclava Maragatería, el novelista Rogelio imaginaba diferentes episodios de la historia española. La comparación de la autora con los personajes de Don Quijote hacía de éstos vivir una realidad paralela a la famosa novela de Don Quijote de la Mancha. También se lo ilustraba al viajero y los sentimientos que en su corazón transitaban a medida que penetraba más profundo en los terruños maragatos. Se describía la desolación de las tierras, la eternamente condenada esclavitud y la mísera vida a que las maragatas estaban condenadas.
Como el viajero había salido de Astorga por la mañana temprano ya sentía hambre. Entrando a Valdecruces, Rogelio podía diferenciar las tierras ricas y fértiles, cultivadas con centenos ya maduros y las otras, que ya no tenían barbecho alguno y necesitaban reposo hasta que fueran fecundas nuevamente.
Más en ese caluroso domingo Rogelio se aproximaba a lo que parecía una plaza decorada con una fuente donde una mujer aguardaba a que su cántaro se llenase de agua. “¡Salve, oh maragata, augusta Señora del Páramo, salve!” (133) Con lo cual la joven moza, ruborizada por lo que acababa de escuchar, echó a correr como loca abandonado el jarroncillo. Llegando el viajero a su destino, dio unos golpes en el portón de la parroquia de Miguel y esperó a que lo recibieran.

Jadeante y espantada llegaba Marinela a la cocina, tan agitada que no podía ni hablar para dar la noticia de lo que acababa de suceder. Y can los ojos tan abiertos como dos luceros lo contó todo. Aunque la tía Dolores no pareció enterarse de la novedad, Mariflor quería saber todo acerca del forastero. Era la hora de comer y en la mesa nadie habló ni una palabra de la aventura de Marinela. Después de la comida, y porque era domingo, había postre. Las manzanas y el queso pusieron a los niños contentos mientras la tía Dolores se acomodaba para reposar y tomarse una siesta, y Olalla llevaba a Marinela y Florinda al arroyuelo. Allí, donde se bañaban los patos, descansaron las tres mujeres. Las niñas corrían y jugaban alrededor de la corriente del arroyo. Olalla, por otro lado, se sentía invadida por la situación en que se encontraba su familia. Las obreras ya no recibían jornales, los maridos no mandaban dinero, la comida escaseaba, no había aceite, a los niños les faltaban zapatos y el tío Cristóbal pedía los haberes de la casa religiosamente. Desde allí, la calle se sentía solitaria, muda, desierta. Sólo se escuchaba el hilo sereno del arroyo. Todos estaban preparándose para la hora del Rosario cuando comenzaba el atardecer. Las tres mozas volvieron a la casa para ponerse los vestidos de fiesta y prepararse para ir a la parroquia. Desde la calle entró corriendo Ascensión buscando a las mujeres e impaciente dijo en forma confidencial que un señor de Madrid, que escribía libros y cantos, había almorzado con su tío. Que durante la conversación escuchó nombrar muchas veces a Mariflor. “¿Lo conocías? –prorrumpe Marinela estupefacta, adivinando que ha parecido su forastero de los ojos azules. –Venía “con nosotras” en el tren…” (147) respondió Mariflor. Y así salieron todas para la parroquia.

Capítulos xi, xii y xiii
Llegaba a Valdecruces una comedia pública. A las nueve y media en punto los tambores y cornetas anunciaban el comienzo del espectáculo. El orador hacía la presentación de Musa errante, una dama que estaba loca de amor y que recitaría a su público sus penas y alegrías. Mientras tanto, la autora nos traslada a una situación que sucedió antes del comienzo del espectáculo, en donde Rogelio, mientras caminaba junto a Mariflor por la plazuela, le prometía amarla y hacerla feliz por el resto de su vida. “¡Eres mi reina, eres mi musa!... ¿Me quieres Mariflor?” (153)
La noche rodaba sin estrellas y el novedoso espectáculo continuaba con sus maravillas. Había danza griegas, contorsionistas y malabaristas. Más tarde apareció Musa errante, una dama frágil y bella que con sus poesías amorosas logró tocar los corazones de las maragatas, especialmente el de Mariflor y el de Marinela, quien rompió a llorar  conmovida por las palabras de la actriz. Pronto la función había terminado y los actores buscaban refugio en sus casas ambulantes. Olalla llevaba a los niños a la casa que, debido al cansancio, apenas podían mantener los ojos abiertos. Miguel y su familia se despedían de los Salvadores en la misma plaza donde el forastero había encontrado a Marinela.

Sabía Rogelio Terán el secreto que acosaba a Mariflor y su familia. Sentía él una agudísima pena al saber que el casamiento entre Mariflor y Antonio era pura y exclusivamente para salvar a la familia del usurero tío Cristóbal. Él no iba dejar que eso sucediera. Pero también sabía que un novelista no ganaba mucho dinero y que hasta el momento, lo único que le podía ofrecer a Mariflor era tal vez una casa modesta en Villanoble. Su único propósito era sacar a su dama fuera de este cautiverio y hacerla feliz.
No obstante Florinda había hecho una promesa a Olalla y a su familia de sacarlas de esta miseria y de los graves apuros en que se encontraban. Florinda estaba decidida a ello y que no podía casarse sin antes cumplir su promesa.
Más tarde se sucede en la parroquia un diálogo entre Don Miguel y Florinda. Allí hablan de las finanzas de los Salvadores y de lo importante que sería que ella se casase con su primo Antonio. Pero la moza una vez más repitió: “¡Ya no me caso con mi primo!” (169) Florinda pretendía hablar con Antonio y pedirle que le prestara dinero a su abuela, que ella era de su sangre, que era su abuela también. El tío Cristóbal amenazaba cada día más a la abuela con quitarle todo lo que ella tenía. El día anterior se había llevado a la rueca y la Chosca porque no le podían pagar unos salarios. Amenazaba con embargarles la casa pronto si no le pagaban al usurero el dinero que le debían. Habían tenido que deshacerse de los bueyes y las caballerías para poder pagar el interés de los intereses. El asunto se ponía más intricado a medida que pasaba el tiempo. Miguel, quien había visto la cara de desesperación de Florinda, trató de calmarla y alentarla con un plan pretensioso que el apóstol tenía reservado. Pero ni eso daba la impresión de poder solucionarlo. El quería declarar a la abuela pródiga, casar a Mariflor con quien ella quisiera, mandar a Pedro a ganarse la vida, que Olalla y Ramona trabajaran en la mies y buscar la dote a Marinela para que se haga monja.
Rogelio llegaba de Monredondo. Florinda se dio cuenta de la hora que era y corriendo baja las escaleras en busca de Ascensión. La maragata, que estaba de costurera preparando su vestido de casamiento, la acompañó a Florinda hasta la plazoleta camino a su casa. Mariflor desesperada le pedía a Dios ánimo y fortaleza para superar esta desdicha.

Temprano en la mañana Olalla y Ramona salieron para los arados ya que la sequía peligraba la escasa mies de Urdiales. Era hora del regadío. Éstas, las únicas dos hazas de mies que producían en la hacienda, estaban ya hipotecadas por el tío Cristóbal. Las tierras tendidas al otro lado del pueblo, Abranadillo y Ñanazales estaban ya secas. Pronto se les unió la tía Dolores, ya que el trabajo de crear un cauce para regadío era arduo y duro.
Apenas asomó el sol, el maragato, anciano y detestable, a quien todos le temían y también le odiaban, tío Cristóbal,  se acercó a las maragatas que trabajaban como esclavas la tierra para salvar su cosecha. Aguijándolas con preguntas sobre Mariflor, buscaba el carcamal hacerlas rabiar mientras las maragatas, fuertes y voluntariosas, continuaban la ardua tarea. “¿Conque la rapaza de Martín hace boda con uno de afuera?... pero ¿y el primo Antonio?” (188-189) Ante la indiferencia que las tres mujeres daban a sus preguntas, el viejo se empeñó a esperar y acosar a aquellas hasta que él supiera algo o “hasta que aquellas “morugas” hablen o revienten.” (189)
El sol ardía sin clemencia y el viejo testarudo seguía parado bajo el sol provocando a las mujeres: “No se debe torcer el su inclín a las mozas… Los forasteros también son buenos maridos…” (190) Y así continuaba el avaro azotándolas con comentarios de la boda de Florinda. A lo lejos se veía una joven que venía hacia donde estaban las mujeres. Era ya medio día y Marinela, acosada también por el tío Cristóbal, acompañó a Olalla a buscar agua en el arroyo. Mientras comían las trabajadoras, el tío Cristóbal sediento por el calor pidió agua. Más no duró mucho su alivio ya que cayó de cara en la tierra y no despertó jamás.
Pronunciado muerto por Ramona, mandó a Marinela a avisar a la familia, ya que ésta debería informar a la justicia de la muerte repentina del tío Cristóbal. Una vez en la casa, Marinela le explicó a Facunda que su tío se había muerto y ella debía avisar al ayuntamiento. Facunda, no impresionada por la muerte de su abuelo, se preocupaba más por cómo solucionar el problema de la justicia y a quién mandar a Piedralbina para informarles. Finalmente decidió ir a la casa de su madre y ella misma avisaría a la justicia. Marinela más tranquila ante la solución de Facunda corrió a su casa. De camino se tropezó, una vez más, con Rogelio Terán. Ante tal aparición la moza se echó a llorar nuevamente sin decir una sola palabra. Rogelio tratando de calmarla la dejó escapar. El sabía de los problemas de Marinela. “Pero, con su penetrante vista de buen lector de almas, el poeta adivinó aquella tarde in nuevo aspecto en la enfermedad complicada de la niña.” (201)

Capítulos xiv, xv y xvi
Habían pasado dos semanas desde que Rogelio Terán había puesto pie en Valdecruces. Pensaba en los amores de Mariflor y en la belleza de su rostro, de sus ojos claros, de una personalidad tímida y gentil. En sus románticas observaciones veía que todos los niños tenían las mismas características: “la cara redondeada, elevado el frontal, cóncavo el perfil, los ojos pardos verdes o azules, con una vaga tendencia oblicua, daban a todos un aire primitivo de candor y timidez, un viso triste de pesadumbre y esclavitud.” (204)
En una charla íntima que tuvo con su amigo sacerdote, Rogelio quería saber que era lo que hacía a estas mujeres la obligación de esposa. ¿Por qué el cura no veía las intensiones de Rogelio de quitar a su novia fuera de este tormento y llevarla a otros lugares más cultos? No había nada de extraño en la forma con que los maragatos se casaban y decidían vivir sus vidas, explicaba Miguel. En estos matrimonios había respeto y fidelidad muy ejemplares. Le pidió a Rogelio que dejara a Mariflor realizar lo que se proponía para salvar la desdicha de su familia. Pero el poeta se negaba a la idea de no casarse con Mariflor y dejarla aquí que sufra, labrando la tierra, humilladas por la esclavitud, desamparadas de sus maridos que no les importaba un rábano del sufrimiento de sus mujeres.
Antonio vendría en una semana y Miguel le aconsejó a Rogelio que se retirara para no turbar los planes de Florinda y así ella pudiera tomar una decisión sin presiones amorosas. “Marcharé enseguida—dijo Terán reflexionando--, Anunciaré a Mariflor la posibilidad de que una carta urgente mi obligue a partir… pero mi viaje no será una retirada, sino una tregua…” (213) Una hora más tarde Rogelio le dio la noticia a Mariflor prometiéndole volver a buscarla cuando ella estuviera lista para dejar estas tierras.
Terán se alejó despreocupado y agobiado por el calor de la tarde y decidió entrar a la taberna para tomar un vino. Fue allí donde escuchó de la muerte del tío Cristóbal Paz.  Cuando Rogelio volvió a encontrase nuevamente con Mariflor cerca de la mies se topó con Ramona, Olalla y la tía Dolores quienes estaban rezando junto al difunto. Ya pasada la hora de la siesta, Olalla escogió las flores menos marchitas para cubrir al muerto. Mientras las mujeres rezaban el rosario Olalla se unió a ellas para preguntar ¿qué haría Tirso Paz, el heredero, con ellas? La tía Dolores sabía que Tirso era tan avaro, sino más, que su padre Cristóbal y no tendría ninguna piedad ni lástima de ellas. Ramona, furiosa por el comentario de la tía Dolores se levantó y obligó a las otras a seguir trabajando el regajal. La tía Dolores vieja, cansada y perdida en su propio campo sintió angustia y desconsuelo de perderlo todo y no tener nada para su hijo Isidoro.
Muchos vinieron a ver al difunto. Don Miguel reconoció ligeramente el cadáver y luego se marchó. El sacristán, el enterrador y algunas ancianas también se pararon alrededor del muerto. Había que esperar hasta la noche para que la justicia llegara debido al paso lento que llevaba Facunda. Mientras tanto el cauce ya tocaba la rivera del arroyo y se apresuraron a hacer los cortes para que el agua llegase a la mies. La noche se acercaba y ya era hora de llevarse el cadáver.

El poeta estaba listo para partir después del medio día pero antes tenía que despedirse de su amada. Afuera, Olalla y Mariflor lavaban la ropa. Al final de la calle vieron cruzar un maragato que creyeron era Tirso Paz. Al volver a la casa, Mariflor descubrió que en la alcoba había ropas tiradas, y bragas y zapatos con polainas. Son las de tu primo Antonio, dijo Ramona. Llegó de repente, sin avisar. Se dirigió a la parroquia a ver a Miguel para hablar de unos asuntos. Mariflor, acompañada por Olalla, se apresuró a llegar a la iglesia cuanto antes para hablar con los dos, Antonio y Miguel.
Mientras tanto, Rogelio estaba en el despacho hablando con Miguel acerca de Marisol, cuando Ascensión golpeó la puerta para anunciar a Antonio. Escondió el cura a Rogelio en su alcoba y le dijo a su sobrina que mandara a Antonio a su despacho. Después de saludarse lo primero que Miguel le dijo a Antonio fue que su prima ya no tenía patrimonio. Antonio, sorprendido, decidió retirar su palabra de casamiento. Miguel le explicó la situación financiera en la que se encontraba su abuela y que ella necesitaba de él para salvar la hacienda. Que sus primas estaban en ruina, infelices como no había otras en el país. Que él era rico y por caridad y obligación no debería abandonarlas. Enseguida entraron las jóvenes. Era la primera vez que Antonio veía a la joven  Mariflor. Miguel intervino diciendo que él ya le había explicado todo a Antonio y que conocía la situación. “No te hemos llamado para tratar de bodas, sino para pedirte que remedies a la abuela hasta que mi padre logre remediarla.” “¡Vamos primo! Tú eres un hombre educado, un caballero, y no puedes consentir que la abuela, por faltarle un apoyo, se quede en mitad de la calle…” (229-230) Aún así, ante todos los intentos de Marisol, no respiró el primo hasta que finalmente dijo que el párroco y él hablarían del asunto a solas. Miguel les dijo a las mozas que partieran ya que Antonio y él tenían que hablar de aquellos intereses.
Antonio Salvadores supo que un forastero había estado albergado en la iglesia y que esa misma tarde partiría para Madrid. Más tarde los tres almorzaron juntos y luego de la comida Rogelio fue a despedirse de Mariflor. Una vez más le prometió que volvería y que le escribiría hasta que se volvieran a encontrar. Rogelio volvió a la parroquia por sus maletas. Ya se hablaba de que el heredero del tío Cristóbal se hallaba en el pueblo. Así Rogelio se despidió de su amigo quien lo acompañó hasta la carretera. El poeta montó en la mula y se alejó lentamente.
Mientras en la casa, Florinda cuidaba de Marinela que cada día se ponía peor. Hablaban del novio de Florinda y de cuando iba a verlo nuevamente. Marinela preguntaba si Florinda se casaría con Antonio por el dinero que necesitaban y también para pagar su dote para que se hiciera monja. Florinda aturdida por tanta depresión y angustia decidió ir a ver a las mujeres que estaban hablando en el estradín. Marinela necesitaba de un doctor. Cuando Olalla fue a verla a la habitación Marinela había desaparecido. Florinda la encontró en el palomar, tiritando de fiebre y encogida.

Ya estaban Miguel y Antonio discutiendo el asunto de la boda. El maragato, testarudo y lleno de orgullo, furioso por la negación de Florinda, no quería ceder y admitir que la dulce joven no lo quería. El cura, tratando de calmarlo, quería hacerle entender que ella estaba confundida, ya que Antonio había cancelado la boda porque Florinda no tenía dote. Antonio, sospechando que Mariflor no era una mujer como cualquier otra en Valdecruces, le pidió al cura intervenir y que fuera él quien la hiciera entrar en razón para casarlo. Ya mediada la tarde, el cura y Antonio, quien estaba asfixiado por la ira, se dirigieron a la case de la tía Dolores para hablar con Florinda. Entraron por el portón principal y Miguel con fuerte voz se anunció. Como no había nadie en el estradín se dirigieron a la cocina. Las mujeres, que estaban ocupadas atendiendo a Marinela en su cuarto, escucharon la voz del sacerdote y serviciales corrieron a la cocina. Marisol llegó detrás de ellas. Allí estaban Antonio y las mujeres cubiertos por la sombra de la luz tenue y también Miguel. El sacerdote la aportó hacia el estradín para hablar unas palabras. Unos minutos más tarde, la niña se dirigió directamente a su primo y dijo con voz triste: “yo no te pedía nada para mí, y aunque me dieras todo el oro del mundo, no te puedo querer ni ahora ni nunca.” (250) Un fuerte escándalo se produjo entre las mujeres que alborotadas balbuceaban entre ellas por lo que acaban de escuchar. Se le sumaba a esos gritos, la voz de Marinela que venía de su habitación clamando agua para calmar su sed. Harto Antonio de escuchar a las mujeres gritar como se fueran cotorras, con una voz fuerte y decidida preguntó: ¿Cuánto hace falta para que no lloréis? Después que Florinda le enumeró todas las cuentas que había que pagar, su primo aceptó pagarlas todas pero con una condición: si se casaba con Mariflor. La moza asediada por su familia, Miguel y Antonio huyó ciegamente hacia la calle ya oscura por el anochecer.
Mientras que las mujeres acosaban al padre para encontrar una solución al conflicto de la boda, él, dolido por el porvenir de Marisol, pidió a la maragatas cariño y compasión para Florinda. En tanto, la tía Dolores, quien no podía mesurar el calibre de su desgracia, pretendía entender las palabras que Antonio había dicho al cura: “Sí, la rapaza me tiene malquerencia por ‘aquello’ que usté le dijo de mí…” (256)
Saliendo de la casa, Antonio atajó a Miguel y le dijo que partiría a la madrugada y que quería saber qué razón llevaría él a su vuelta, y que si no había razón que el aguardaría por el sí o el no hasta la Navidad.
Una condición había puesto Florinda para volver a la casa: que solamente Olalla la esperase y que todas las demás se fueran a dormir. Y así sucedió. Olalla puso a la joven en la cama junto a su abuela, quien estaba fría como un hielo, y trató de dormir mientras escuchaba los ronquidos de Antonio durmiendo en el cuarto de al lado.

Capítulos xvii, xviii y xix
Se encontraba Mariflor sumergida en su tristeza. Días enteros de desolación pasaba la moza a la espera de noticias de su novio. Ya había aprendido a pulir los caballones y limpiar los caminos. Salía a limpiar la vía alrededor de la seis de la tarde porque sabía que el tío Fabián Alfonso traía las cartas. Mientras los días pasaban, las conversaciones con Miguel eran desinteresadas. Nadie se atrevía a preguntar nada. Vivía Mariflor como una sonámbula, perdida en los recuerdos tristes de su novio y con el angustioso saber que la abuela, incapaz como nunca, lloraba por los rincones; Marinela, empeoraba cada día; Olalla y Ramona, indiferentes a los sufrimientos de su corazón, no hacían más que trabajar la mies, comer y dormir; los niños quedaron descuidados y maltrechos. Un cometario que había hecho el viejo cartero la despabiló de sus pesares: “Hasta que no ahuyentes a la bruja no recibes esquela.” (263) Inmediatamente pensó en la tía Gertrudis y salió a su encuentro en la calurosa tarde de verano. Como no sabía a  dónde vivía, comenzó a caminar en todas direcciones hasta toparse con Rosicler, quien la guió para la casa de la bruja. Acosada por el llanto de su desesperación, decidió volver a la casa y dar por vencida su pesquisa. Camino a la casa, el pastorcillo le reveló que había oído que ella estaba solicitada para Antonio Salvadores, que el tío Isidoro estaba en sus últimos días  y que el cura Miguel había recibido carta de su padre Martín. Corriendo dejó a Rosicler en el camino y se apresuró al despacho de Miguel, quien llegaba de su viaje de Astorga. Cuando la vio a Ascensión en la parroquia entró a su despacho y preguntó: “¿Sabes tú lo que ha escrito mi padre?” Y la maestra, después de un titubeo, lo largó todo. Que Mariflor se casaba para las Navidades, que nadie entendía porque quería a un forastero por marido y que la familia Salvadores estaba irremediablemente hundida. Inmersa Mariflor en la desgracia de sus pensamientos percibió la entrada de don Miguel quien la invitó a su despacho. Le aseguró que las noticas de América no eran tan desastrosas como las pintaba Rosicler, que Tirso Paz había prorrogado los préstamos de la tía Dolores, y que las cuatro mil pesetas que le debían a él estaban ya saldados. Después de una larga conversación con Miguel la joven se levantó lista para retirarse. Don Miguel le entregó la carta que Martín le envió de América para que la leyera tranquila en su casa. Llegó Mariflor a la casa al pegar el crepúsculo del día; el hogar se encontraba más desolado que nunca, silencioso y oscuro. Subió a la habitación de Marinela y en el diálogo reafirmó que ella no se casaría con Antonio. Acomodando la luz en el suelo, Florinda procedió a leer la carta de su padre. El escrito, si bien dejaba a Mariflor la libertad de elegir su destino, proponía la consideración de la boda con su primo. “Es honrado y bueno, muy traficante; la ayuda que su capital pudiera prestarnos, sería en estas circunstancias definitiva para todos.” (276) Contrariamente, recelaba al joven de pluma, que no inspiraba lealtad, que eran soñadores y que escaseaba de “intereses.” Entre los sollozos de Marinela, que se quejaba de que la bruja Gertrudis la había echado el mal de ojo y que podía también adivinar la suerte, y el agobio que esta carta le producía, Florinda se dirigió al Cristo clavado en la pared para pedir socorro.

Lanzadas a la asperezas de sus suertes, Ramona y Olalla se afanaban por el fruto de sus esfuerzos. “Si Olalla desfallece un minuto, ebria de calor y de esfuerzo, su madre la sostiene y aguza con unas sílabas certeras, rápidas como un latigazo: --¡Aguanta!—balbuce roncamente.” (179) Mariflor aprendiendo de ellas había fijado los ojos en Dios y había puesto sus incertidumbres en las manos de su misericordia.  Todavía confiaba en que el hombre que amaba volvería por ella y lo defendía pese a lo que decían de él en Valdecruces. Mariflor había cambiado su modo de mirar a la vida poniendo sus oblaciones a la altura de sus anhelos. Todo en la casa había cambiado; los quehaceres estaban más compuestos, los niños más pulidos, la abuela ya no estaba tan torpe, y sobre todo Marinela era quien recibía más de su ternura. Después de haber vendido a Ascensión algunas de sus pertenencias, Mariflor fue quien trajo al médico de Piedralbina para que la curara. Mudó a Marinela a un cuarto más luminoso y limpio y le compró la medicina que el doctor le había recetado. También le consiguió un catre que puso en la sala para que la enferma tomara los recetados baños de sol. Para poder conseguir el tónico de Astorga y los alimentos sanos que necesitaba la niña, Mariflor tendría que vender a la maestra más de sus pertenencias. Y poco a poco Mariflor había vendido todo lo que le pertenecía de su pasado feliz con excepción del reloj de su madre.
Estaban de sobremesa las cuatro mujeres en la casa platicando sobre la recuperación de Marinela, discutiendo que la enferma no se curaría hasta que la hechicera Gertrudis la exorcizara. Ramona creía que todo lo que estaba pasando en sus vidas era culpa de la bruja. Había también que decidir quién iría al otro día a Astorga a vender unos pichones, ya que las de Fidalgo iban también y podrían llevar a cualquiera. Había que comprarles zapatos a los niños. Mariflor se ofreció inmediatamente con la excusa de que tenía que comprar más medicina para Marinela. Terminada la conversación, ya era hora de ir a dormir, Florinda se dirigió al cuarto. Y mientras se miraba frente a un espejo ahumado por los años, buscando la niña la hermosura de sus rasgos, vio que Marinela entró al dormitorio. Juntas se abrazaron para sellar su amistad mientras Olalla traía los pichones que Florinda tenía que vender en Astorga.

Ya camino a Astorga Mariflor y Ascensión hacían planes para cuando llegaran a la capital maragata. Querían llegar allí las mujeres antes de que el calor las agobiase y volver para a Valdecruces con la fresca del día. La maestra contaba todos los obsequios que había recibido para su boda pero que aún le faltaba un reloj. Mariflor no quería vendérselo por el hecho de que no quería ver el reloj de su madre en manos de personas ajenas. Así que decidió que lo vendería en Astorga en alguna relojería. Llegadas ya a la ciudad, visitaron las mujeres el convento dónde fueron recibas por la abadesa Madre Rosario, quien les relató un poco de la historia del claustro y como las hermanas vivían allí. Florinda codiciosa dijo: “¡Qué bien estaría aquí la pobre Marinela!” (295). Y luego de las últimas palabras de la abadesa Florinda y Ascensión recobraron su rumbo a las calles céntricas de Astorga para hacer sus mandados. Iba Mariflor leyendo las vidrieras y los letreros de las tiendas, buscado una relojería en donde pudiera vender el relojito de su madre por sesenta pesetas. Después de haber intentado en una tienda sin ningún éxito, la niña se topa con un castillo en la cual de una gran cartelera se podía leer: “Soy morena, pero hermosa.” (297) La hermana de don Miguel, quien la encontró mirando esta enorme cartelera, le explicó que este castillo donde vivía doña Serafina era de su esposo, a quien Miguel les debía muchos favores. También fueron ellos quienes facilitaron al cura la dote de Ascensión. Le pidió después que subiera las escaleras y que le diera a Serafina sus más preciosos pichones que la hermana del cura pagaría por ellos. Al subir las escaleras se encontró Mariflor con un claustro tan antiguo y tan hermoso  que sus ojos no podían creer lo que veían. Una dama morena se le aproximó para darle la bienvenida. Así Florinda le entregó los pichones por parte de Miguel Fidalgo y sin vacilar la mocosa le preguntó: “¿Quisiera usted, por casualidad, comprarme este relojito?” (299) Mariflor explicó que era un recuerdo de su madre y Serafina inmediatamente supo quien era esa rubia maragata. La señora hizo esperar a la niña por unos momentos y al volver le entregó el relojito con un billete de cincuenta pesetas. “Guarda tu recuerdo, y éste es para ti, en nombre de una niña que se muere.” (300) Después de que la señora la besó en la frente, la moza bajó las escaleras cruzando a un sirviente que con descortesía comentó a una doncella que la niña era un pobre maragata que vino por limosna.

Capítulos xx y xxi
Estaban ya en la mitad de agosto y los hombres habían llegado a Valdecruces. Al volver a sus tierras, se preparaban para celebrar la semana de la fiesta Sacramental. Era una semana de olvidos donde los hombres disfrutaban del servicio y respeto de sus mujeres que cocinaban todo el día para satisfacer a sus esposos. Sólo el último día de la fiesta semanal, el 15 de agosto, se suspendían las labores en Valdecruces y todos podían celebrar. Mientras sucedía el festín las maragatas, limpiaban, cosechaban el centeno maduro, sacrifican vacas y corderos, aves y lechoncitos para entregar la abundancia de sus trabajos a los hombres maragatos. Este agosto se adhería a estos festejos, todos  aquellos que celebrarían la boda de Ascensión Fidalgo. Mariflor debía ayudar a sus primas en tan ocupada semana. Iban a la mies, juntaban gavillas en manojos, cosechaban el centeno para el pan negro, y preparaban la paja para amontonarlas en pila. El calor no era tan agobiante como los pasados días lo que facilitaba el trabajo a las maragatas.
Ya era hora de la tradicional cena del día quince Era abundante, sin escasear el vino; las mujeres con sus esposos murmuraban acerca de Mariflor. De la boda con su primo quien rescatará a los Salvadores de la miseria y el peligro de perderlo todo. Ese último día la maragatas se ponían sus vestidos de fiesta y juntos con los hombres se reunían en la era para danzar; un maragato con dos o más mujeres. Caía la noche y pocos bailadores se dirigían a las casas. Como la tradición lo indicaba, hombres, mujeres y niños dormían en la era “ancha y mullida como un enorme lecho nupcial.” (309) Florinda reposaba sola; no había en ese campamento alguien que sufriera tanto como lo hacía su corazón, triste y desconsolado.

Ya era bien temprano en la mañana cuando los tamborines comenzaron a resonar entre las calles anunciando la boda. Desde temprano los invitados se enfilaban para comenzar las festividades. Como era costumbre los prometidos se separaron para iniciar cada uno sus celebraciones hasta reunirse nuevamente a la hora del almuerzo: el novio, con sus dos “mozos del caldo” seguidos por los demás varones y la novia con sus “mozas del caldo,” Facunda Paz y Olalla Salvadores, seguidas por las solteras.
A las once de la mañana los tambores anunciaban la hora del almuerzo, un festín para todos los invitados que se hacía en la case de don Miguel. Concluido el almuerzo, Máximo, envuelto en su pesada capa y seguido por los hombres fue en busca de la bendición paternal. Luego todos se dirigieron a la parroquia donde se llevaría a cabo la ceremonia matrimonial precedida por don Miguel. Entre tanta muchedumbre se encontraba Mariflor que acarreaba a Marinela con su cuerpo débil y enfermo. Ya en el templo se sentaron junto a la tía Gertrudis quién se veía achicada y humilde y no era bien recibida por los concurrentes. Una vez terminada la ceremonia las solteras seguían a los novios con cantares de amores, felicidad, protección a la prometida, buenaventura, dinero y abundancia. Mientras tanto Máximo y los jóvenes corrían hacia el huerto para proceder con “el bollo,” un pan de seis libras en forma de monigote que según la tradición, llevaba monedas de plata en su cabeza y se repartiría entre los hombres. Algo semejante sucedía con las mujeres, aunque era la novia, cubierta con su duro manto, quien repartía trocitos de pan a todas las personas que se le acercaban para bendecirla. Luego de que el pan fue repartido comenzó la gran comida clásica, con vino rancio y fuertes viandas. Antes de que se sirviera el postre los novios podían quitarse las capas para terminar con el banquete y bailar juntos hasta el cansancio. Luego de haberse hecho los tradicionales dones, se desplegó la danza con todo su esplendor entre las rúas de Valdecruces. Estaba el “baile corrido,” donde las parejas giraban lentamente para terminar con un baile de jota; también bailaron la “entradilla,” en donde las mujeres salían a buscar mozos; “el baile de los rubores y las zapatetas.” (320) Estos bailes continuaron por horas hasta la noche. Luego le seguía una cena antes de que los novios pasaran su primera noche juntos en su lecho matrimonial para continuar con los festines al día siguiente.
Mientras Marisol estaba sentada con Marinela observando la fiesta, el tío Fabián trajo a Florinda una carta para don Miguel proveniente de su padre. Sin pensarlo dos veces, Mariflor corrió hacia la parroquia y le entregó la carta al cura. En ella había también una carta para la muchacha. Ahí se enteró Mariflor del ruego de su padre para que ella se casara con su primo Antonio para salvar el negocio en América y los casi ya perdidos en Maragatería. Mariflor no podía cree lo que su padre le pedía y rogó a don Miguel que le contestara negándole el favor. --¡Dígale que no consiste en mí; que mil vidas diera yo por él; que me muero de pena al negarle este favor!...
Y así Mariflor regresó a su casa junto con Marinela escondiéndose de los anfitriones para no despedirse.

Capítulos xxii y xxiii
Ya habían entrado los intensos fríos de noviembre y con ellos las primeras nevadas del otoño. Mariflor Salvadores tenía que ir al molino que estaba a dos kilómetros de Valdecruces donde traería harina para el pan. Mientras Mariflor caminaba sola rodeada de campos fríos y desiertos podía percibir en su angustia la soledad que estallaba en su corazón. Un violento impulso la llevó a arrebatar las tres cartas de Rogelio que llevaba en el bolsillo de su vestido. Con una brusquedad incontrolable las rompió en pedazos y dejó que el viento las dispersara por las tierras desérticas. Triste, siguió camino hacia el molino en donde conoció un una moza rubia y dulce llena de ánimo y de corazón feliz. Maricruz era la prometida de uno de los hijos de Tirso Paz y que tenía su boda apuntada para ese invierno. Caminando de vuelta a Valdecruces, mientras los primeros copos de nieve caían sobre las dos mozas, conversaron sobre la venida del tío Isidoro muy enfermo por el cáncer, y también sobre el filandón que sería esa misma noche. Allí, las mujeres se reunían para charlar e hilar. Esta vuelta, la tía Gertrudis pretendía concurrir porque en la cabaña no había luz para hilar. También hablaron de la boda de Mariflor que iba a darse en las Navidades y sobre lo desilusionada que ella estaba con los maragatos y Valdecruces, tierra ruin y con mucha pobreza.
Llegando ya a su destino Maricruz escuchó las campanadas de los difuntos. La tía Mariana, abuela de Facunda Paz, había muerto. Moría la tarde y la nieve caía robustamente. Mariflor llegó a la casa y encontró a la abuela rendida en un mar de llantos. Lloraba porque ya no le quedaba nada para recibir a su hijo Isidoro y que a su nieto mayor se lo llevarían para Santa Coloma. Al llegar los niños de la escuela, Ramona desesperada por la carta que había recibido de su marido no pudo contener su llanto y se lanzó a su hijo en forma salvaje. “--¡Ay fiyuelo, quédome sin tigo!... ¡Te parí de mis entrañas, te pujé en mis brazos y trabajé para ti como una sierva!... Agora que me conoces y me quieres, te me quitan… ¡Ay, pituso, non te veré más!... ¡Los mares y los hombres te rebatan!... (335)  Más después de una momento de sollozo y desilusión, Ramona tomó postura y consoló a su madre que seguía llorando por su desgracia. Pronto llegarían las del filandón y deberían cambiar las caras. Y así, mandó a cenar a los niños que pronto deberían ir a dormir.

Estaban ya todas las mujeres reunidas para comenzar el filandón. Tía Dolores, Olalla, Ramona, La Chosca, Florinda y Marinela, y también otras. Las de Paz, con excepción de Maricruz, no habían atendido ya que estaban de luto por la muerte de la tía Mariana. No era costumbre que las jóvenes acudieran al velatorio. No cabía lugar para hombres más que la del tío Rosendín, el viejo sacristán, quien se encargaba de los cirios para dar luz al lugar. Era una noche de costura y tejido; una tertulia de acertijos y adivinanzas, de leyendas y chimentos. Era el momento de que la tía Gertrudis comenzara a contar uno de sus ya repetidos cuentos de antaño. Mientras narraba la vieja la historia de un perverso moro pirata que había capturado a una pobre doncella, las mujeres escuchaban con atención como se fuera la primera vez que lo oían. Florinda, quien poco antes había notado la palidez de Marinela, estaba estupefacta escuchando a la hechicera. Al mismo tiempo, Marinela cayó desmayada encima de su madre. Ramona creyendo que la tía Gertrudis era la culpable de la enfermedad de su hija, la llamó Lucifer y le demandó a la bruja que le sacara el conjuro. Mientras la tía Gertrudis comenzaba a rezar oraciones para sanar a la niña y bendecirla, Olalla ordenaba que trajeran  vinagre para usar en las sienes y el pulso. Una vez que Marinela abrió los ojos, Mariflor la llevó al balcón cubierta con mantas para que no se enfriara. Después de un breve diálogo, Mariflor cayó en sueños. Soñó que algo trágico sucedería y que las malas noticias se las iba a dar don Miguel. Pero antes de terminar esa pesadilla, la moza despertó y descubrió que en el sueño había llorado.
Temprano al otro día, don Miguel llegó a la casa después de enterarse del desmayo de Marinela. Llevaba él una carta que había recibido de Rogelio hacía dos meses y que no se había atrevido a dar a Mariflor. Subió el cura a la habitación de la enferma y la halló con los ojos febriles echada al lado de su amiga Mariflor. Lleno de coraje y tristeza le entregó la carta a la moza y se disculpó por el retraso. Rogelio en la carta le pedía a don Miguel que se disculpara ante Mariflor por la inmadurez de sus sentimientos y la falta de valor que tenía en enfrentarla. Terán se disculpaba por el hecho de que él nunca iba a poderla hacer feliz… Más Mariflor sin terminar de leerla, se la devolvió a Miguel y con voz áspera y dolida dijo: “—Puede usted escribirle a mi padre que me caso con Antonio… Y a mi primo… usted hará la merced de darle en mi nombre el sí que estaba esperando.” (352, 353) Y así Mariflor, con su delantal de maragata, se dirigió al palomar donde sabía que encontraría regocijo.


Los capítulos de la novela

Capítulo i – El sueño de la hermosura. Págs. 5-14
Capítulo ii – Mariflor. Págs. 15-23
Capítulo iii – Dos caminos. Págs. 25-37
Toda una noche transcurre en el tren hasta el amanecer en dónde comienza el diálogo entre Rogelio y Florinda sumándose más tarde la abuela. Llegan a Astorga a la mañana siguiente, aunque la hora exacta no está determinada. Aquí se despiden Florinda y Rogelio quien seguiría camino a Madrid.

Capítulo iv – ¡Pueblos olvidados! Págs. 39-54
El día trascurre en este capítulo hasta llegar a Valdecruces donde las mujeres pasan la noche y Florinda despierta a la mañana siguiente en la inmensidad de la casa donde se encuentra sola con Olalla.

Capítulo v – Valdecruces. Págs. 55-70
Desde la mañana hasta el mediodía Olalla muestra a Mariflor diferentes sitios de la casa. Sitios que la maragatas usan como parte de sus tareas diarias.

Capítulo vi – Realidad y fantasía. Págs. 71-91
Una semana había pasado desde que Florinda había conocido a Rogelio en el tren. Este capítulo comienza la noche en que el cura Miguel Fidalgo llega a la casa de visita, transcurre al otro día domingo, temprano en la mañana, donde la abuela, Ramona y Chosca se dirigen a la misa. Termina más tarde en la mañana con Florinda divagando palabras de ternura y apego lo que sería la correspondencia a Rogelio.

Capítulo vii – Las siervas de la Gleba. Págs. 93-108
Unas semanas ya han pasado desde que Florinda llegó a Valdecruces. Juntas con la tía se dirigen desde muy temprana a labrar las tierras de Ñanazales. El día llega hasta que el sol del mediodía arde en la piel de las maragatas.

Capítulo viii – Las dudas de un apóstol. Págs. 109-119
Ya entrado el mes de mayo el sacerdote medita sobre las tres cartas que recibe de Martín, Antonio y Rogelio. El capítulo nos transporta también a una conversación que Miguel tuvo con Mariflor una tarde acerca de sus sentimientos amorosos con Rogelio. Termina así el capítulo con el sacerdote Miguel en su recámara encendida por la luz de la luna.

Capítulo ix – ¡Salve, maragata! Págs. 121-134
Era junio, un día al atardecer. En este capítulo se describe la entrada de Rogelio Terán a Valdecruces en forma de caballero sacado de la novela Don Quijote de la Mancha. Transcurre mediodía hasta que el viajero llego a la ciudad en la que se encontró con Marinela momentos antes de llegar al portón de la parroquia de don Miguel.

Capítulo x – El forastero. Págs. 135-148
Durante un domingo de un caluroso día de junio aparece Rogelio Terán en las tierras maragatas en busca de comida y bebida justo al punto en que las campanas parroquiales marcan las doce del medio día. Más tarde las calles están silenciosas mientras todos en el pueblo se preparan para la hora del Rosario.

Capítulo xi – La musa errante. Págs. 149-163
Ya era la noche y la hora de cenar. Todos reunidos en la cocina disfrutaban de la comida que se había preparado después de un largo atardecer de juegos y momentos felices. A la noche la comedia presentaba su función.

Capítulo xii – La rosa del corazón. Págs. 165-182.
Este capítulo transcurre al final del atardecer y entrada la noche. Todo el capítulo sucede en la parroquia de Don Miguel.

Capítulo xiii – Sol de justicia. Págs. 183-201
Temprano Ramona, Olalla y la tía Dolores salen a trabajar el surco para abrir el regadío a las dos hazas de mies. Toda la mañana trabajaron hasta que el sol ardiente del medio día las desgastó de cansancio.

Capítulo xiv – Alma y tierra. Págs. 203-221
Dos semanas habían transcurrido desde que Rogelio Terán había llegado a Valdecruces a semejanza de Don Quijote. En este capítulo continúa el mismo día en el que murió tío Cristóbal. El día trascurre hasta la pasada la respetada hora de la siesta y va más allá hasta el anochecer.

Capítulo xv – El mensaje de las palomas. Págs. 223-246
El capítulo ocurre al mediodía a la partida de Rogelio Terán. A la mañana siguiente, Florinda cuida todo el día de Marinela que está muy enferma en la cama.

Capítulo xvi – La tragedia. Págs.247-260
La misma tarde en la que Mariflor halló a Marinela en el palomar y, después de la conversación que Antonio tuvo con Miguel sobre la boda, los dos salieron para la casa de la tía Dolores para hablar con la muchacha. Luego, la noche llegó con tormenta de lluvia y el capítulo concluye con las mozas yéndose a dormir.

Capítulo xvii – Dolor de amor. Págs. 261-278
Muchos días habían transcurrido en los que Mariflor esperaba ansiosa carta desde Madrid. Después de una prolongada conversación con el cura, la niña vuelve a la casa a cuidar de Marinela hasta que la noche solitaria las sorprende en el cuarto.

Capítulo xviii – La heroica humildad. Págs. 279-290
Aquí se muestran las personalidades bien definidas de las mujeres de la casa de los Salvadores. Durante un día árido de trabajo, las mujeres se sientan de sobremesa en la cocina  después de la cena mientras discuten la salud de Marinela y la decisión de que Mariflor vaya a Astorga para la venta de unas palomas.

Capítulo xix – El castigo de los sueños. Págs. 292-300
Este capítulo ocurre desde la mañana en que Mariflor sale para Astorga con las Fidalgo y termina con ella pasando unas horas allí para terminar con sus mandados y encargos.

Capítulo xx – Dulcinea labradora. Págs. 301-311
El mes de agosto ya estaba en marcha. Es la semana de la fiesta sacramental y los maragatos vuelven a Valdecruces para celebrarla. El día comienza en la mies para las Salvadores pero concluye de fiesta en la era de las mies donde los hombres y las mujeres pasan la noche durmiendo bajo un cielo azul como lo marca la tradición.

Capítulo xxi – Sierva te doy… Págs. 313-324
Era temprano en la mañana. Apenas se veían las estrellas de la madrugada en el día de la boda de Ascensión con Máximo. Transcendía el día a medida que la festividad de la boda avanzaba entre ceremoniales y comilonas. Este capítulo termina a la noche de ese mismo día con el diálogo entre Miguel y Florinda.

Capítulo xxii – Los martillos de las horas. Págs. 325-338
Era ya el mes de noviembre y el otoño comenzaba a asomarse. Era la media tarde cuando Mariflor se dirigió al molino que estaba a dos kilómetros del pueblo a buscar harina. Ya daba el prematuro anochecer cuando Mariflor y Maricruz llegaban de vuelta a Valdecruces. El capitulo termina con la preparación de la cena para los niños que pronto irían a acostarse.

Capítulo xxiii – Paño de lágrimas. Págs. 339-353
El capítulo se sitúa en la noche del clásico filandón en dónde tiempo atrás se albergaban los vastos ganados de la tía Dolores. Al día siguiente, después que Marinela se había desvanecido y su enfermedad se había agravado, el día era frío con un sol pálido que no alcanzaba a calentar. Ese fue el día en que Mariflor había tomado una decisión que cambiaría su vida por entero y se convertiría en una verdadera maragata.

Los trozos del libro

Primer trozo
Hablaba despacio, tranquilo; su indignación se abatía sin duda en el propósito de no intervenir más en aquel triste asunto. Y sus palabras, escapándose en parte a la penetración de los oyentes, parecían el resumen de un breve examen de conciencia.
Don Miguel Fidalgo, místico y piadoso, alma encendida en lumbres de terrenales sacrificios, se había encariñado con la esperanza de que Mariflor realizase el acto sublime de tomar, por amor a su familia, una cruz en los hombros. Sabía el cura muchos secretos de divinas compensaciones; confiaba poco en la constancia de Rogelio Terán, y temiendo por la frágil dicha que manejaba el poeta, imaginó poder asegurarla haciéndola fecunda aprovechando, por decirlo así, el seguro dolor de una existencia en beneficio de otras pobres vidas y en simientes de goces inmortales. (Pág. 254)

Segundo tozo
Un instante después las dos niñas maragatas recobraron su mulo en el umbral del convento y buscaron las calles céntricas de Astorga, que, amodorrada al sol, yacía soñolienta y muda.
Iba Mariflor leyendo los rótulos de las tiendas sin hallar aquel que temía y deseaba. Cuando hicieron alto en un almacén de tejidos de la rúa Antigua, Ascensión, sentada cómodamente, titubeando infinitas veces antes de elegir, parecía dispuesta a no levantarse nunca. Con el pretexto de ir a la botica, logró la de Salvadores dejarla allí, perpleja entre las nubes de holandas. Y sola ya en la calle, tomó un rumbo al azar, encomendándose a Dios.
Antes de salir de Valdecruces había puesto Florinda en marcha el relojito para romper la inmovilidad de aquella manecilla implacable, siempre evocadora; le sentía latir junto a su corazón y le dolía en el pecho acerbamente aquel tenue latido. (Pág. 296)

Estos dos trozos representan claramente las personalidades y sentimientos de ambos protagonistas en esta novela. La riqueza del vocabulario con la que la novelista narra estas emociones es parte del estilo y también del tema en que está escrito este libro. Cada uno de estos trozos también describe las inseguridades en las que los personajes se encuentran en esos eventos en particular y que se entrelazan a través de la novela entera. La narrativa de este libro está dedicada a la pobreza de las mujeres maragatas y su estilo es de un realismo que conmueve al lector. Tanto el amor como la crudeza de las vidas que llevan las maragatas, y el contraste entre la sensibilidad femenina y el poder de sobreponerse a las humillaciones de los usureros es lo que hace a esta obra tan diferente de otras. La autora tiene una libertad creativa que está caracterizada por el engrandecimiento de las descripciones. El tema en esta obra está caracterizado por el amor, la religión, la lucha por la libertad, la muerte y el desgarro de la realidad de los destinos que la autora escoge para cada personaje.
Creo que sería muy interesante poder comentar cualquiera de estos dos trozos, ya que la abundancia de sus expresiones literarias nos permitiría discernir con más profundidad los hechos pasados y los futuros en las vidas de estos dos personajes.

Comentario personal

Uno de los hechos que más llama a uno la atención en la lectura de La esfinge maragata es el grado de realismo y de vida independiente que Concha Espina proyecta en sus personajes.
En esta tierra de mujeres maragatas, de señoras labradoras de caracteres duros y enérgicos, la autora, nos transporta hacia un mundo en el que las mujeres, pese a ser esclavas de su propio destino, son las únicas que ponen en marcha estas tierras y tienen el poder de sobrevivir; ya que son ellas mismas las únicas que dominan estas tierras. Sin ellas, nada se cultiva, nada se fertiliza, nada se cosecha, nada existe. El remolino de sentimientos que pasa por ellas nos deja estupefactos ante la desgracia, el desengaño, el interés, el enamoramiento, y la resignación de estas pobres siervas. Que todo lo hacen por sus familias. Que nada entienden más que la tierra fecunda y el fruto que ellas proveen.
Pocas veces he leído una novela con tanta riqueza gramatical. El vocabulario, exquisito y sabio, transporta al lector a diferentes ámbitos en donde uno se halla capturado por las imágenes tan vívidas que Concha Espina detalla en cada capítulo de su novela.

3 comments:

  1. ¡Wow Fabiano!...un resumen muy detallado y útil-has clarificado algunas cosas del libro para mi. ¡Bien hecho! Espero que pueda hacer lo mío al mismo nivel.-D2

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  2. Gracias Deedee. Espero que todos lo puedan difrutar. A pesar de que este resumen fue mucho trabajo disfruté hacerlo

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  3. Muy bien hecho Fabiano-Este resumen ha aclarado muchas cosas del libro que no entendía muy bien al principio. Me alegro de que usted disfrutara escribirlo.

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