Thursday, September 16, 2010

El comentario del libro Nada - Carmen Laforet

Nada, por Carmen Laforet

El trozo


La habitación con la luz del día había perdido su horror, pero no su desarreglo espantoso, su absoluto abandono. Los retratos de los abuelos colgaban torcidos y sin marco de una pared empapelada de oscuro con manchas de humedad, y un rayo de sol subía hasta ellos.
Me complací en pensar en que los dos estaban muertos hacía años. Me complací en pensar que nada tenía que ver la joven del velo de tul con la pequeña momia irreconocible que me había abierto la puerta. La verdad era, sin embargo, que ella vivía, aunque fuera lamentable, entre la cargazón de trastos inútiles que con el tiempo se habían ido acumulando en su casa.
Tres años hacía que, al morir el abuelo, la familia había decidido quedarse sólo con la mitad del piso. Las viejas chucherías y los muebles sobrantes fueron una verdadera avalancha, que los trabajadores encargados de tapiar la puerta de comunicación amontonaron sin método unos sobre otros. Y ya se quedó la casa en el desorden provisional que ellos dejaron.
Vi, sobre el sillón al que yo me había subido la noche antes, un gato despeluzado que lamía sus patas al sol. El bicho parecía ruinoso, como todo lo que le rodeaba. Me miró con sus grandes ojos al parecer dotados de individualidad propia; algo así como si fueran unos lentes verdes y brillantes colocados sobre el hociquillo y sobre los bigotes canosos. Él enarcó el lomo y se le marcó el espinazo en su flaquísimo cuerpo. No pude menos de pensar que tenía un singular aire de familia con los demás personajes de la casa; como ellos, presentaba un aspecto excéntrico y resultaba espiritualizado, como consumido por ayunos largos, por la falta de luz y quizá por las cavilaciones. Le sonreí y empecé a vestirme.
Al abrir la puerta de mi cuarto me encontré en el sombrío y cargado recibidor hacia el que convergían casi todas las habitaciones de la casa. Enfrente aparecía el comedor, con un balcón abierto al sol. Tropecé, en mi camino hacia allí, con un hueso, pelado seguramente por el perro. No había nadie en aquella habitación, a excepción de un loro que rumiaba cosas suyas, casi riendo. Yo siempre creí que aquel animal estaba loco. En los momentos menos oportunos chillaba de un modo espeluznante. Había una mesa grande con un azucarero vacío abandonado encima. Sobre una silla, un muñeco de goma desteñido.
Yo tenía hambre, pero no había nada comestible que no estuviera pintado en los abundantes bodegones que llenaban las paredes, y los estaba mirando, cuando me llamó la tía Angustias.


El asunto:
La narradora dice que la habitación estaba tan desordenada que daba horror. Que su abuela había envejecido y que ya no quedaba nada de aquella joven que se veía en el retrato. Hacía tres años que el abuelo había muerto y que la casa no se tocaba desde que la familia mudó todos los muebles a una sola mitad del piso y estaban todos amontonados tal cual los trabajadores los habían dejado. Cuenta también que había un gato que era tan asqueroso, raquítico y dejado como todo lo que la rodeaba en esa habitación y que ciertamente tenía semejanza a los modales y costumbres de la familia. Casi todas las habitaciones daban al oscuro recibidor incluyendo su cuarto y en frente de aquel se veía el comedor con una mesa grande y una silla con un muñeco de goma que estaba despintado. Ella tenía hambre pero no había nada para comer uando de pronto la llamó la tía Angustias.

Los apartados:
Hay tres apartados.

Apartado A: La descripción de la habitación de la narradora: “La habitación con la luz del día… desorden provisional que ellos dejaron.” (ll.1-20)

Apartado B: Lo que está pasando en ese momento. Las acciones del gato en la habitación y lo que la narradora piensa de él: “Vi, sobre el sillón… Le sonreí y empecé a vestirme. (ll.21-35)

Apartado C: La reacción que tiene la narradora al caminar por las diferentes habitaciones de la casa y los sentimientos que nacen de esta experiencia: “Al abrir la puerta… cuando me llamó la tía Angustias. (ll.36-51)

Análisis

Apartado A (ll.1-20)

“La habitación con la luz del día había perdido su horror, pero no su desarreglo espantoso, su absoluto abandono. Los retratos de los abuelos colgaban torcidos y sin marco de una pared empapelada de oscuro con manchas de humedad, y un rayo de sol subía hasta ellos.

En el primer párrafo de este apartado vemos que aunque el sol había penetrado en la habitación, ese llegado sol que cambiaba las energías naturales, la misma aún conservaba ese aspecto inmundo y lúgubre que tenía cuando ella había arribado la noche anterior. La narradora describe el cuarto como algo “espantoso,” que asusta, que espeluzna y que está con un “absoluto abandono;” un abandono que es absorbente, que todo lo toca y lo convierte en algo hueco y desamparado. Luego la narradora se dirige a la descripción de “los retratos de los abuelos” quienes eran parte de su familia, la misma que ella recordaba con simpatía. Estos retratos eran tan viejos y estaban tan abandonados como todo lo demás en esa habitación. Nadie les había prestado atención en años, estaban “colgados, torcidos y sin marco.” Esto nos da a entender que nadie lo miraba ya, que estaban olvidados, que no se lo limpiaban ni los conservaban en un lugar agradable de la casa. Por el contrario, estaban metidos en una habitación en la que ni siquiera el sol entraba hasta el día que llegó Andrea, como si fueran ellos desconocidos. “Una pared empapelada de oscuro con manchas de humedad” alude concretamente a la dejadez de las personas que vivían allí. Que ya nada importaba, que la humedad a pesar que causara un olor repugnante y a viejo, a nadie le incumbía y que los abuelos aparentemente pertenecían a ese lugar tan tétrico. Luego, una vez más la narradora describe al sol que trepa sobre los retratos pero ni su luz incandescente puede llenarlos de vida o iluminarlos para revivir sus imágenes nuevamente.

Me complací en pensar en que los dos estaban muertos hacía años. Me complací en pensar que nada tenía que ver la joven del velo de tul con la pequeña momia irreconocible que me había abierto la puerta. La verdad era, sin embargo, que ella vivía, aunque fuera lamentable, entre la cargazón de trastos inútiles que con el tiempo se habían ido acumulando en su casa.

Por un momento la narradora, ante tanta repulsión, se engaña a sí misma e imagina que los dos abuelos estaban muertos y que lo que ella veía era tan sólo un sueño que pasaría pronto. Se “complacía” – fingiendo la falsedad de su satisfacción- especulando que aquella señora que ella recordaba de niña y que se veía joven y hermosa en ese retrato, y que llevaba ese “velo de tul,” accesorio que hace a una mujer más sofisticada y atractiva, no estaba relacionada con esa “momia irreconocible.” Una momia es algo que asusta, que está relacionado con pesadillas y temor. Aquí compara a la abuela con un cadáver putrefacto que está cubierto en telas y gazas y por su aspecto fiero ya no la reconoce; aunque fue a ella a la que vio primera cuando llegó a la casa. Luego, vuelve a su realidad y se convence de que la abuela sí vivía ambulando por la casa, y que tristemente tendría que sacrificarse  y compartirla con ella. Tanto se lamentaba Andrea de su abuela que la describía viviendo entre “la cargazón de trastos.” La cargazón es algo que es sumamente pesado, recargado de ornamentos, y que a su vez esa pesadez estaba atosigada por adornos, muebles y utensilios estropeados -“trastos”- y que ya no tenían ningún uso, que con el tiempo se hicieron obsoletos y se fueron acrecentando más y más.

Tres años hacía que, al morir el abuelo, la familia había decidido quedarse sólo con la mitad del piso. Las viejas chucherías y los muebles sobrantes fueron una verdadera avalancha, que los trabajadores encargados de tapiar la puerta de comunicación amontonaron sin método unos sobre otros. Y ya se quedó la casa en el desorden provisional que ellos dejaron.

En este último párrafo la narradora describe el aspecto en que se encontraba la casa. Que todo parecía haberse venido abajo desde la muerte de su abuelo hacía ya tres años. Da la alusión de que el abuelo era quien soportaba a la familia, no solo económicamente pero también moralmente. Él era quien había mantenido a la familia unida y venturosa. Que después de su muerte la familia había caído en un desastre económico y por eso tuvieron que achicarse y mudarse a una mitad de la casa. Las “viejas chucherías” son cosas que hacen ruido o que no tienen ningún valor o están hechas con un material barato. Así es como la narradora se refiere a las decoraciones, los artículos de la casa, los adornos, los decorados y tal vez a la porcelana que tenían. Como que nada de lo que había en esa casa era de su gusto o, mucho menos, ella pudiera usar orgullosamente. La casa también había sido cegada o sellada -“tapiar”- para hacer la separación entre las dos partes. Aquella que estaba ocupada por la familia de Andrea y la que había quedado vacía después de la muerte del abuelo y que ahora, seguramente, estaba ocupada por otra familia. Esto nos rectifica la pobreza de esta familia ya que no podía mantener una casa tan grande como la que tenían cuando vivía el abuelo. Así también todos los muebles que aún se conservaban estaban situados en un lugar reducido a la mitad y que nadie tuvo la decencia de acomodarlos en las diferentes salas de la casa o ni siquiera de mantenerlos. Esto da a entender que la muerte del abuelo trajo desgracia, desapego y negligencia por todo lo que una vez había sido bello y valioso.

Apartado B (ll. 21-35)

Vi, sobre el sillón al que yo me había subido la noche antes, un gato despeluzado que lamía sus patas al sol. El bicho parecía ruinoso, como todo lo que le rodeaba. Me miró con sus grandes ojos al parecer dotados de individualidad propia; algo así como si fueran unos lentes verdes y brillantes colocados sobre el hociquillo y sobre los bigotes canosos. Él enarcó el lomo y se le marcó el espinazo en su flaquísimo cuerpo. No pude menos de pensar que tenía un singular aire de familia con los demás personajes de la casa; como ellos, presentaba un aspecto excéntrico y resultaba espiritualizado, como consumido por ayunos largos, por la falta de luz y quizá por las cavilaciones. Le sonreí y empecé a vestirme.”

En este párrafo la narradora nos enfrenta con una realidad que se complementa a la realidad de los párrafos anteriores. Sólo que en este caso lo hace a través de un animal: el gato. Aunque estas mascotas generalmente están asociadas con la ternura y el amor incondicional que ellos poseen, también, como en este caso lo hace la narradora, se afilian a cosas inmundas y olvidadas. Podríamos entender que este párrafo representa a la familia a través de una imagen despreciativa del gato; pero más específicamente representa a quienes le pertenece. Nos dice que el “gato despeluzado” representa a un animal grotesco que no tiene pelos por las pestes que le cogieron o que su pelo está desordenado, lo que exterioriza inercia y decaimiento por parte de sus dueños. Al hacernos referencia de que este gato “lamía sus patas al sol” corroboramos que, aunque el animal es limpio por naturaleza,” se describe la acción como algo despectivo, como que el gato se limpia sus llagas o sus heridas. Luego la narradora usa la frase “el bicho parecía ruinoso” con lo que deducimos que el animal ya no representa la suavidad y la placidez que su pelaje produce sino que es una bestia que tiene malas intenciones, y hasta quizás, algo dañino. Que está demolido, acabado por la falta de cuidado. Es muy interesante capturar la expresión de la narradora “como todo lo que le rodea” ya que aquí nos da una clara posición del estado con que se encuentra el dormitorio; ese dormitorio en el cual ella había dormido la noche anterior y la tenía asqueada.
Sigue la descripción del gato quién la enfrenta con un aire intimidante que llevaban sus ojos. Sus ojos que tenían el poder de examinarla con escrutinio para luego formar un juicio de ella. Era tan raquítico, tan delgado y tan débil el cuerpo de este animal que al arquearse ella podía ver cada una de las vertebras que formaban la columna de la pequeña alimaña. Luego, la autora compara todo lo que veía en ese gato con “los personajes de la casa;” sus parientes que formaban parte de este gran drama teatral en que ella ahora se había unido. Dice que tenía “un aspecto excéntrico” –algo que es excéntrico no significa necesariamente que es original o extravagante- como en este caso puede ser algo anormal e insólito, hasta podría considerarse atenuado o adelgazado –“espiritualizado”- extenuado y demacrado como todos los que en esa casa vivían, porque ya no tenían dinero para comer “consumidos por ayunos largos,” por las abstinencias con la que la pobreza los desafiaba y que estos ayunos no eran temporarios, sino que se habían hecho parte de la vida diaria. Todos aquellos integrantes de su familia consumidos por la oscuridad, por las preocupaciones y por los fuertes enfrentamientos -“cavilaciones”- que había entre ellos mismos están representados en este animal. También podemos notar que al final de este párrafo la narradora trata de olvidar todos aquellos pensamientos tétricos, dispersarlos de su mente y que con una sonrisa trata de forzar camaradería con el gato.

Apartado C (ll.36-51)

Al abrir la puerta de mi cuarto me encontré en el sombrío y cargado recibidor hacia el que convergían casi todas las habitaciones de la casa. Enfrente aparecía el comedor, con un balcón abierto al sol. Tropecé, en mi camino hacia allí, con un hueso, pelado seguramente por el perro. No había nadie en aquella habitación, a excepción de un loro que rumiaba cosas suyas, casi riendo. Yo siempre creí que aquel animal estaba loco. En los momentos menos oportunos chillaba de un modo espeluznante. Había una mesa grande con un azucarero vacío abandonado encima. Sobre una silla, un muñeco de goma desteñido.

Aquí la narradora se encuentra con otra parte oscura de la casa. Esta vez fuera de la habitación. El cuarto con que ella se topa primero es el recibidor. La narradora lo define como “sombrío y cargado” lo cual nos da la idea de que esta parte de la casa es tétrica y melancólica, con un aire de soledad, pese a los atiborres de la ornamentación con la que la narradora describe el espacio. También explica que las habitaciones de la casa “convergían” hacia este espacio lo que nos confirma que no importaba de qué parte de la casa uno saliera, tendría que encontrarse con este espacio donde nunca había luz y el sol no penetraba durante el día. Luego aparece el comedor, y que éste pese a la salida que tenía hacia la luz del sol a través de un balcón no ofrecía demasiada confianza tampoco. Dice la narradora que cuando iba para el comedor se había tropezado con un “hueso pelado seguramente por el perro.” Aquí una vez más nos sugiere la idea del abandono, de la pereza y del descuido que tenían todas las personas que vivían allí. El comedor estaba desierto, seguramente porque nadie ya se preocupaba ni siquiera por comer, ni mucho más por entablar una conversación entre ellos mismos. La narradora se encontró con un “loro” que repetía cosas “casi riendo.” Tal vez ese pájaro había visto ya demasiadas locuras en ese comedor hasta el punto que ya nada le importaba. De allí que Andrea lo cree loco; aunque tal vez ese loro fuera el único “ser viviente” que tuviera coherencia en esa casa. Dice que el emitía unos chillidos “de modo espeluznante” – la atrocidad con que ese pajarraco emitía esos ruidos tan terroríficos demostraba una vez más la histeria que se irradiaba por toda la casa. La “mesa grande” nos da a entender que alguna vez, tiempo atrás, la familia se reunía para comer, todos juntos, implicando que ese lugar había estado lleno de vida en un tiempo de “vacas gordas.” También alude al “azucarero vacío y abandonado” lo que nos da la impresión de que los comestibles más esenciales escaseaban y que nadie se preocupaba de ello. Algo que está “desteñido” siempre causa una sensación de depresión y trastorno; algo que está dejado, como si estuviera muerto o exonerado y que ya no se puede reponer. Así es como este “muñeco,” esta figura trágica estaba representada por la narradora y era lo único que estaba sentado a la mesa.


Yo tenía hambre, pero no había nada comestible que no estuviera pintado en los abundantes bodegones que llenaban las paredes, y los estaba mirando, cuando me llamó la tía Angustias.

En el comedor pese a que había retratos de comida, nada era comestible ni se podía comer. Una vez más “abundantes bodegones” nos indica que si bien en un pasado estas espaciosas alacenas tenían comida en abundancia de pared a pared, ya no quedaba nada, o al menos nada que fuera comestible o que apeteciera a la narradora.

El tema:
La dejadez frente a los infortunios de la vida nos hace intrascendentes.

La actitud:
Creo que no cabe ninguna duda de la repugnancia que la autora enfatiza a través de estos párrafos está dirigida a los integrantes de la familia de Andrea. No hay nada bueno para decir; ni siquiera los animales que generalmente son las mascotas de las personas y se cuidan más que a las personas mismas están olvidados. Todo parece lúgubre, y apagado y por más que Andrea esté feliz de estar en Barcelona para sus estudios de letras, nada de lo que la rodea está vivo.

Comentario personal:
Me encantó el fabuloso contraste de los personajes que la autora, Carmen Laforet, presenta en este libro. Por un lado tenemos a una niña despreocupada que lo único que desea es pasarla bien en una ciudad tan cosmopolita como lo es Barcelona y por otro, la tétrica y oscura situación de la realidad con la que se encuentra cuando llega a la casa de la calle Aribau. Los personajes están llenos de emociones que brotan espontáneamente en cada capítulo de esta novela. Es interesante destacar que lo que pude descubrir en este libro es cómo uno (Andrea) por conveniencia, está dispuesto a enfrentarse a ambientes tan fuertes, casi insoportables como las que suceden en esta familia. Esta es una historia que, aunque fascinante de leer como novela, nos pone frente a una triste realidad que no está tan lejos de la nuestra.

4 comments:

  1. Me gusta su descripción de los posibles sentidos de “un aspecto excéntrico.”

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  2. Gracias Fabiano. Ud. siempre me ayuda mucho a entender mejor los textos.

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  3. Sus comentarios son muy especificos y como Alli, me ayudan mucho. El parte que dice "me complaci en..." me confundio porque crei que habia muerto la abuela tambien. Pero ahora su interpretacion tiene razon y lo entiendo mejor.

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  4. Excelente Fabiano. Me encanta todo que escribiste sobre la abuela y y como la narradora la describe como una "momia". Esta parte del trozo me impresionó mucho. Me gustó mucho leer sus observaciones sobre esta parte. También me gustan sus comentarios sobre la actitud y los animales. Es intersante ver como esta familia tampoco cuida a sus mascotas. Bien hecho.

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